Internos practican running en Batán

Batán, 20/08/15. "Correr me da sensación de libertad". Con esas palabras, Yeyo, recluso de la Unidad 15 Batán, explica por qué participa de las clases de atletismo que, dos veces por semana, dicta Leonardo Malgor.

Yeyo, afuera, no había corrido nunca. Empezó a hacerlo ahí, del otro lado del muro que lo separa del mundo exterior. Pero, afirma, y suena genuino, que seguirá sumando kilómetros cuando cumpla la condena.

Este programa deportivo del penal de Batán (el otro se desarrolla en Gorina) comenzó en 2010 con la enseñanza de rugby por una iniciativa del juez Esteban Viñas. La exitosa experiencia se replicó en unas 10 cárceles, y el juez decidió subir la apuesta con la inclusión del atletismo como herramienta de socialización. "La primera vez que vine fue muy fuerte. Acá, todo es fuerte: el ruido de las rejas y las llaves, el silencio, el olor. Los pasillos con tantas puertas con candados. Con el tiempo asumís que para los reclusos esto es muy importante. El día que viene alguien de afuera, una visita, es un verdadero agasajo para ellos", explica Malgor. Un puñado de minutos es suficiente para entender que ejerce el mismo rigor que impone, impiadoso, en la pista con sus atletas de elite o con los más de 100 corredores amateurs que entrena en Mar del Plata.

Malgor entrena a varios de los mejores fondistas y medio fondistas del país en la actualidad: Mariano Mastromarino, último ganador de la maratón de Buenos Aires, María Peralta, representante olímpica en Londres 2012; Belén Casetta, las hermanas Florencia y Mariana Borelli, Sofía Luna, otra joven promesa marplatense. Y la lista podría extenderse varias líneas más. Siempre fue un agradecido a la vida y a su trabajo, pero desde que asiste al penal sostiene que valora muchísimo más las pequeñas cosas.

Es viernes y garúa en Batán. Mientras el vehículo de Malgor avanza, el termómetro anuncia que allí, a unos 15 km de Mar del Plata, el frío es más cruel. De 6 grados baja rápidamente a 3. Por momentos, el viento se torna bravío y obliga a cerrar por completo las camperas. Los reclusos se colocan varios abrigos. Uno encima del otro. Otros, usan guantes y gorros de lana. Ninguno luce el último modelo de las zapatillas para correr. Pero todos quieren hacer lo mismo. Empezar cuanto antes a correr para sacarse el frío que logra calar los huesos. "Llega un punto que, un poco, te acostumbrás al frío y al calor. Al resto de las cosas no te acostumbrás nunca", dice Palomino, uno de los internos más longevos y respetados, que está cumpliendo una pena de 25 años y lleva 12 en Batán.

En Batán todos, absolutamente todos, conocen a Malgor. El ex atleta acude todos los martes y viernes desde hace cuatro años.  Las clases suelen tener alrededor de 15 o 20 jóvenes de entre 25 y 30 años. Para estar allí, en lo que supo ser una cancha de básquet (los aros están enclenques), se requiere buen comportamiento. Malgor es el profesor a cargo. En algunos tramos de la clase lo asiste Martín Dirazar, profesor de educación física que enseña fútbol en el penal. También está Juan Manuel Aiello, voluntario del programa de la ONG "Cambio de paso", que incluyó el rugby en la unidad. "Acá todo es muy triste. La visión es limitada, no se ve más allá de 50 metros. Para ellos (por los internos), después de esa pared no hay más nada. Acá lo que ves se termina en esa pared", señala Dirazar.

Para Aiello, el programa no es un beneficio si no una herramienta de tratamiento. "Como entrenador y ex jugador de rugby es muy fuerte ver, por ejemplo, cuando les digo al piso y ellos, sin decir nada, van al piso para cumplir con la orden. Supuestamente son personas que desconocen la legítima autoridad. Y, sin embargo, hay una confianza en aceptar esa indicación", describe el ex rugbier. "El primer objetivo es mostrar parámetros, cosas buenas. Por eso, uso vocabulario exagerado, para que aprendan e incorporen. Les digo que tienen que hablar bien, porque, si no, condenan a sus hijos al mal vocabulario. Si alguno habla con terminología tumbera, todos deben hacer un ejercicio extra que suele ser flexiones de brazos. Las flexiones las cuentan hasta 10 en inglés, en francés y en italiano", agrega. Se podría decir que Aiello no sólo entrena a los reclusos. También, a su forma, intenta educarlos. Al menos, busca dejarles algo que les sirva para cuando vuelvan a comunicarse con la sociedad. Edgardo, uno de los entrenados, lo escucha atento y, entre risas, acota: "¡Juan Manuel parece nuestro papá! ¡No sabés cómo nos reta!".

El reloj marca las 10.45 y en el patio descubierto del pabellón 16 empieza la clase. Un trote suave para entrar en calor por una calle, o algo así, de 600 metros. "Hoy la hicieron dos veces, pero en general hacen bastante más", resume Malgor. Van arribando y todos se ubican en ronda para realizar un poco de movilidad articular. Se suman algunos ejercicios de equilibrio, y después al piso para los trabajos de fuerza: abdominales, tijeras, flexiones de brazos, planchas. Otra vez de pie y Malgor arma las vallas. Es el turno de saltar. "Muchachos. Esto no se trata de saltar la valla. Se trata de pasarla", indica con vehemencia. Después de varios intentos, se sube las varillas y advierte que cuando están más altas hay que atacar desde más lejos. Para terminar, unas rectas a toda velocidad, lo que parece el momento más esperado y entretenido. Vuelta a la calma, trote final y, otra vez, elongación. Mientras realizan los distintos ejercicios, Malgor cuenta algún chiste o anécdota. Es un momento de desconexión casi total. Salvo el entorno, la clase se asemeja a cualquier otra fuera de los muros. Los atletas la pasan bien. Por momentos, se ríen como chicos.

"La semana que viene y la otra no estoy. Viajo a Cachi, un centro de alto rendimiento en la altura en Salta, que allá se están entrenando Belén y el Colo (por Casetta y Mastromarino, respectivamente)", advierte Malgor. "¿Van a Toronto, no? Ojalá que traigan alguna medalla. Lo vamos a ver todos los que venimos a tu clase, Leo", pide Palomino, uno de los más activos concurrentes a los entrenamientos. En poco tiempo se volvió un fanático del running. No falta casi nunca y, además, corre por su cuenta los otros días. Asimismo, trabaja seis horas por día en la lavandería del penal. En su calabozo lucen 15 pares de zapatillas que su hermano le envía desde Estados Unidos. El mate y el retrato del Gauchito Gil aparecen en varias de las celdas en las que hay una cama cucheta y no mucho espacio más. Allí, en ese reducido espacio de no más de 2 metros por 3,5 de largo deben estar buena parte del día. "Acá no gasto casi nada y ayudo a mi familia. Y para darme algún gustito también. Correr me hace sentir libre, cuando salga quiero seguir con Leo. Me ayuda mucho para que el día no sea tan largo", expresa.

Es casi el mediodía. Entre todos levantan las colchonetas, los conos y las vallas. Todos agradecen. Los reclusos vuelven a su realidad, pero afirman volver distintos, con más energía. Es tiempo de almorzar y seguir esperando a que se haga de noche para, al otro día, volver a empezar. Porque, como dice Malgor: "Correr no te soluciona los problemas, pero te despeja la mente para afrontarlos con más fuerza que antes".

Fuente: La Nación

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