Presos de la locura, asistidos con devoción

M. Romero, 31/08/16. Personal penitenciario de tratamiento, de asistencia, de seguridad, profesionales de la salud  y autoridades, realizan un trabajo mancomunado institucional extraordinario en la Unidad 34 Melchor Romero,  que es un Instituto Neuropsiqiuiátrico de Seguridad, donde se alojan a 352 personas privadas de libertad que padecen enfermedades mentales, de los cuales 112 figuran como sobreseidos.

“Los agentes que trabajan acá tienen que estar muy preparados. Por su situación, los internos necesitan de mucha contención y asistencia. Tenemos que cortarles las uñas, afeitarlos, cortarles el pelo, convencerlos para que se higienicen, conseguirles ropa”, explicó Daniel Brizuela, uno de los subdirectores de la Unidad 34.

El equipo de trabajo de tratamiento, con guardapolvos blancos, se ocupa de pasar por todos los pabellones, principalmente por el 4 (longevos), y el 11 y el 12, donde se encuentran los que padecen cuadros crónicos.

Los agentes revisan la higiene de las celdas y llevan adelante las tareas con la barba, el pelo y las uñas. “Por la enfermedad que sufren, hay una tendencia de los internos a pasar mucho tiempo durmiendo o en la cama. Por eso tratamos de motivarlos a que participen de las actividades que se ofrecen en la Unidad: deportes, escuela, trabajo”, cuenta Héctor Martínez, uno de los penitenciarios de la oficina de tratamiento.

Muchas veces deben “negociar” con los detenidos para lograr que se bañen. “Para eso los cigarrillos y la yerba es clave”, aclara Martínez.

La contención familiar  para los internos psiquiátricos es limitada. “Reciben visitas, en forma esporádica dos de cada diez internos”, detalló uno de los subdirectores de la Unidad 34.

La comunicación gestual es vital para el personal penitenciario. “Con una mirada o por verlos en la forma que caminan, detectamos si están descompensados.  Y si es así enseguida lo llevamos para que lo atienda el psiquiatra o la psicóloga”, sostuvo Jorge Álvarez, otro de los empleados de la oficina de Tratamiento.

“Si los dejás – agrega Jorge- son capaz de estar tres meses con la misma ropa. Por eso estamos atentos y siempre estamos a la búsqueda de donaciones de indumentarias en iglesias u ONG. Es que muchos no reciben visitas y no tienen recambio de vestimenta”.

La Unidad presenta particularidades extremas. Uno de los internos está privado de la libertad desde 1991 por el delito de lesiones leves. “Hace 26 años que está preso por una condena mucho menor, pero su situación mental y la falta de contención familiar hace que esté acá”, indicó otro de los empleados.

En la Unidad, tres profesores de Educación Física se ocupan de organizar caminatas, torneos de fútbol, tejo, truco y de juegos de mesa. En los talleres hay una variedad de actividades y en el sector penal funciona la escuela Primaria.

Una huerta con una variada producción ocupa a más de 30 internos. Se trata de un curso que dicta en INTA a través del Centro de Formación Laboral Nº 404. Producen acelga, espinaca, verdeo, cebolla, papas, zanahorias, remolacha, repollo, rabanitos, radicheta, rúcula, lechugas, tomates, arvejas, porotos y lentejas, que luego consume la población carcelaria.

Tres de los internos participan todos los jueves de la innovadora propuesta de equinoterapia. “Los llevamos hasta la Unidad 10 (está ubicada al lado) y se vinculan con los caballos. Aprenden a alimentarlos, cepillarlos, limpiarlos y luego los montan y pasean con un acompañamiento del personal”, indicó Álvarez.

“Muchos vienen acá y no paran de repetir que se quieren matar, pero luego de un trabajo en equipo de los profesionales y el nuestro, logramos estabilizarlos y cambian, a pesar del olvido de sus familias. Es nuestro trabajo y lo hacemos con cariño”, señaló Martínez.

Es por eso que si un interno se descompensa y ataca al personal a golpes, no hay reacción. Todos entienden que se trata de seres presos de la locura, y lo único que hace el personal es contenerlos y estabilizarlos.




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